22 julio 2023

Tolerancia al estrés

El olor a sangre y café se me mete en la nariz y quiero vomitar. La jarra de metal aún está caliente y me tiembla en la mano. Los dedos se enredan entre mechones engominados de cabello seco. El tiempo se ha detenido y yo no puedo parar aunque con cada golpe me cuesta más respirar.

La carne se hunde, se encoge desprendiéndose poco a poco del hueso. La sangre chorrea y mi piel se oscurece como estrellas rojas explotando sobre un lienzo blanco.

El cuerpo se tambalea con el primer golpe en la mejilla, saltándosele un par de dientes, llenándosele la boca de sangre, resbalándole por las comisuras; con el segundo trastabilla hacia atrás tratando de agarrarse al borde de la barra, levantando el brazo para evitar el tercer golpe que le deja jadeando y desorientado, sosteniéndose contra uno de los asientos.

Me mira con ojos llorosos, aterrorizados y suplicantes, y yo le observo desde arriba. Me gusta verle tirado en el suelo, agazapado como un cachorrillo abandonado debajo de un coche en pleno invierno.

Le golpeo una cuarta vez sosteniendo la jarra con las dos manos. Le escucho ahogarse con su propia saliva. Finalmente, su cabeza choca contra el suelo con un sonido sordo después de un rato de golpearle sin cesar hasta que los brazos me hormiguean. Todo su cuerpo convulsiona como un gusano retorciéndose entre la tierra húmeda.

Me quedo un rato mirándole. Los ojos abiertos, la frente hundida y la sangre desparramada sobre las baldosas de linóleo como un río abriéndose camino entre las bolsitas de azúcar esparcidas por el suelo. Los muertos permanecen calientes más tiempo de lo que pensaba. Siempre lo había pensado. En el momento en que alguien moría debería ser casi como si se convirtieran en piedra.

Cierro los ojos y noto una sensación cálida en el vientre. Junto las piernas y sonrío. Mi madre siempre me dice que tengo una sonrisa muy alegre.

Y de repente todo vuelve a su lugar. La luz de los focos, el ruido de la cafetera, el murmullo de la gente, los ladridos de perro, la música alta en la radio, las noticias en la televisión, el sudor pegajoso entre las tetas, la arena en la garganta, el roce de las sandalias, el picor del sol en la nuca, la pesadez en las piernas, el dolor en los talones, el aliento mentolado para disimular.

—Llegas tarde.

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